Sucedió en Birmingham en 1978. El profesor Henry Bedson, catedrático de virología de la Universidad de Birmingham, estaba trabajando en su laboratorio con cultivos del virus de la viruela. Su laboratorio semiprivado estaba instalado en el primer piso de un antiguo edificio de la ciudad. Varias semanas después de haber manipulado los virus se declaró un caso de viruela en la ciudad. Se trataba de una joven, Janet Parker, cuyo estado era muy grave. La joven Parker fue ingresada, casualmente, en el mismo hospital en que trabajaba el doctor Bedson.
El drama comenzó a tomar forma cuando el doctor Bedson descubrió que Janet Parker trabajaba como fotógrafa para el Instituto Anatómico de la Facultad de Medicina de la ciudad, Instituto que se hallaba ubicado precisamente en el segundo piso del mismo edificio en el que el doctor tenía su laboratorio semiprivado. El 11 de septiembre (menuda fecha) de aquél mismo año moría Janet Parker. Dos días antes, el doctor Bedson se había suicidado seccionándose la garganta con unas tijeras de césped. Investigaciones posteriores llegaron a la conclusión de que los virus habían alcanzado el piso superior a través de un minúsculo respiradero cercano a la habitación donde trabajaba la joven Parker.
Este hecho sucedido en la Inglaterra de 1978 deja en evidencia los riesgos que conlleva para la población la investigación con microorganismos y, más concretamente, de la llamada ingeniería genética. No soy muy amigo de las teorías conspiranoicas pero también he aprendido a cuestionar la mayoría de las versiones oficiales, sobre todo desde aquél otro fatídico 11 de septiembre en que nos dijeron que un reducido grupo de fanáticos musulmanes que bebían alcohol, comían carne y se recorrieron la mayoría de los clubs de alterne de la costa este norteamericana, fueron capaces de secuestrar y dirigir de forma certera hacia sus objetivos varios aviones de pasajeros cuando ni siquieran eran capaces de pilotar una avioneta biplaza.
Algo huele mal en torno a la cepa de E.Coli que ya ha infectado a más de 1.500 personas en nueve países europeos, y los pepinos españoles no han sido más que la cortina de humo que desvíe la atención de algo probablemente más grave. Los nuevos datos se van conociendo con cuentagotas, pero ya sabemos que se trata de una cepa nunca antes vista y portadora de varios genes que le confieren resistencia a los antibióticos, de ahí su alto carácter letal. Ahora, políticos y científicos nos harán creer que se trata de una mera casualidad o de un capricho de la naturaleza, pero eso es falso. Fíjense en lo que dijo en 1986 el doctor Michael Breindl, catedrático de biología molecular en la Universidad de San Diego:
«Tenemos planes para recombinar geneticamente una bacteria de la flora intestinal inofensiva, la Escherilia Coli, para obtener un arma terrible. Esto se hará a través de genes de resistencia que la harían inmune a la acción de los antibióticos«.
¿Empiezan a entender algo de todo esto? ¿Les suena de algo? Pues todavía hay más. El doctor Breindl continuó declarando:
«A continuación elevaremos su resistencia contra los ácidos intestinales asegurándonos de su circulación por el aparato digestivo, y se le podrían implantar genes de toxinas que detuviesen la acción coagulante de la sangre. Después se le podría insertar un gen <invasor>. La bacteria así combinada escaparía de la acción de defensa del organismo y vertería sus toxinas directamente en los tejidos celulares«.
Ya lo ven. Quizás la respuesta al «affaire» de los pepinos nos la dieron en 1986. Estamos jugando a ser Dios, y cómo muy bien dijo Nietzsche: «O Dios es un desatino del Hombre, o el Hombre es un desatino de Dios«.