El efecto del esperado crecimiento de la economía española, que al parecer llegaba en 2015 para quedarse durante años, no ha durado más de un año. Tras el crecimiento del 0,8% y el 1% que el estado de la economía nacional vivió el año pasado, 2016 llega con una nueva regresión anunciada por la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal. En el primer trimestre de este nuevo año dicho crecimiento desaceleró hasta el 0,65% y se espera que en el próximo la caída llegue hasta el 0,6%.
Para confirmar las malas noticias y peores augurios del organismo público, la agencia de calificación Fitch puso una nueva piedra en la pesada mochila que lleva arrastrando la economía española durante los últimos años: según la compañía estadounidense, España no volverá a ver un crecimiento trimestral del 0,8% o mayor hasta entrado el año 2018. Por lo tanto, aún sin recuperarse del efecto de una crisis que colocó a España muy por debajo de sus socios europeos en cuanto a cifras macroeconómicas, la economía española ya vuelve a crecer al mismo ritmo que del resto de los países europeos, cuando hace solo unos meses lo hacía a mucha mayor velocidad.
Ante dicho panorama, es evidente que no ayuda en absoluto la situación política que se está viviendo en el país. Ya han pasado casi cuatro meses de las últimas elecciones generales y en el horizonte no se atisba otro futuro que no sea la celebración de unos nuevos comicios. Y esto, claro, no ayuda a los mercados nacionales a transmitir seguridad alguna a unos mercados sedientos de encontrar valores seguros. A día de hoy, tal y como muestran los indicadores de compañías como IG Markets, el Ibex 35, la bolsa española, cotiza alrededor de 1000 puntos por debajo de lo que lo hacía antes de la celebración de las últimas elecciones generales en el mes de diciembre.
Pero es obvio que el político no es el único problema que está impidiendo el repunte de la economía española. En absoluto. Y es que, más bien, los mayores lastres del sistema financiero español son estructurales y tienen más que ver con un problema de fondo que lleva siendo arrastrado durante años que con otra cualquier cosa. Tan solo con echar un vistazo a la tasa de paro española, del 22,7%, y compararla con otros países europeos que atraviesan situaciones completamente diferentes como Francia (10,5%), Italia (12,4%) o Grecia (24,6%), uno puede observar el tamaño de dicho problema.
En definitiva, es probable que España no encuentre una real y estable recuperación económica hasta que se efectúe una gran reestructuración de su sistema financiero. Uno que asuma la voluntad llevar a cabo cambios reales en la estructura económica y que afecten a todos y cada uno de los sectores, tanto laboral, como financiero o el del pago de impuestos. Mientras se sigan poniendo tiritas en la grave herida que sufre el sistema, el ansiado crecimiento seguirá siendo una quimera inalcanzable.
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