Tradicionalmente siempre se ha dicho que si Estados Unidos tose el mundo entero se costipa, pero esa afirmación nunca ha sido tan cierta como en estos momentos, en un escenario político-histórico en el que el avance en las telecomunicaciones ha permitido tal grado de inmediatez que las operaciones internacionales se multiplican a la velocidad de la luz.
Tenemos el claro ejemplo de la actual crisis, como una práctica irresponsable en la concesión de hipotecas en Estados Unidos acabó contagiando al resto del mundo, lo cuál unido a las propias prácticas irresponsables realizadas en cada país en particular, ha provocado que la crisis actual se esté convirtiendo en la más importante desde la Gran Depresión.
Y esta semana estamos asistiendo a un nuevo ejemplo de esta caída de fichas de dominó, en las que unas caen a las otras. A pesar de que el lunes empezaba con la buena noticia de que el BCE iba a comprar deuda de España e Italia, lo que propiciaba un relajo en la tensión de los mercados internacionales y una reducción importante de la prima de riesgo de ambos países, todo se fue al traste por culpa de Estados Unidos.
O más bien, por culpa de Standard&Poor´s que decidió rebajar la calidad crediticia de Estados Unidos al AA+, lo cuál hundió Wall Street, y por consiguiente, al resto de bolsas del mundo en un claro efecto dominó propiciado por la globalización financiera de nuestros días.
Por ese motivo desde el comienzo de la crisis se ha venido hablando de la constitución de un organismo supranacional con poder ejecutivo que pueda hacer frente a estos vaivenes financieros provocados por la incapacidad de control por parte de los países de manera individual, algo que se ha ido dejando de lado ante el acuciamiento de las crisis nacionales.
En definitiva, nos enfrentamos a un problema global que los países siguen empeñados en resolver con prácticas nacionales, lo cuál es un error de concepto claro y que está perpetuando la crisis.