Cualquiera que recuerde la historia de la gallina de los huevos de oro la relacionará pronto con historias recientes, especialmente las que tienen que ver con la ambición de muchos que apostaron a las inversiones hipotecarias.
La avaricia hace que uno a veces no piense en los riesgos que corre cuando tiene al frente una oferta demasiado tentadora, y corre hacia ella sin medir el peligro, disculpen la comparación, cual perro en celo que cruza una avenida persiguiendo a su amor.
Las cédulas hipotecarias prometían (y a veces cumplían), importantes ganancias, y no parecían ser demasiado riesgosas, pero vaya que lo fueron. Toda la economía de este mundo globalizado se derrumbó desde los Estados Unidos hacia el resto de los países, ricos y pobres. Esta vez, Estados Unidos no dicriminó.
Y ese país que pone trabas al mismo tiempo que exige que los demás las quiten, volvió a mostrarse incoherente cuando, tras años de demonizar a los Estados que intervienen en la economía, debió arrojar salvavidas a las empresas para que el desplome no cobrara tantas víctimas.
En el cuento, un duende le regala al pobre campesino la gallina que pone huevos de oro y el beneficiario comienza a disfrutar de su beneficio y del cambio de suerte, día a día se hace más ricoy su fortuna se multiplica enormemente.
En la realidad, un señor llamado Bernard Madoff regaló a mucha gente la esperanza de invertir en un negocio fabuloso. Y la verdad que sí, que resultó de fábula. La gente no se hizo rica y para colmo perdió todo. Él sí se hizo rico, pero hoy no puede disfrutar de su fortuna, y posiblemente no pueda hacerlo por mucho tiempo.
En el final del cuento, el ambicioso dueño, en lugar de contentarse con su fortuna, redobló su apuesta y la avaricia hizo que despanzurrara la gallina para ver cómo fabricaba los huevos de oro. En la vida real, muchos deben estar deseando hacer algo similar con Madoff.