Todos intuíamos que la reforma constitucional realizada a la limón por PSOE y PP venía dictada por los mercados internacionales, y concretamente por Jean Claude Trichet, Presidente del BCE, ya que de otra forma no se podía entender tanta urgencia en su tramitación, pero las palabras de Trichet dejan bien a las claras que más que una intuición ha sido un hecho.
Y es que todo apunta a que Jean Claude Trichet mandó una carta al Presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, en la que se le exigía esta reforma Constitucional para imponer un límite de gasto y de endeudamiento a las administraciones públicas, si quería que el máximo organismo financiero europeo siguiera comprando deuda pública española.
Ante ello, Zapatero no ha podido por menos que ceder e ir en contra de sus propios principios de política económica, en función de los cuáles el Estado debe endeudarse en los momentos de recesión económica, para aceptar la tramitación de esta reforma.
Lo que resulta realmente indignante, y sobre lo que se manifestarán los sindicatos este próximo 6 de septiembre, es el hecho de que los dos partidos mayoritarios de nuestro país sean incapaces de ponerse de acuerdo en ninguna cuestión de importancia nacional, como podría ser, por ejemplo, la educación, y que en cuanto los mercados financieros internacionales lo ordenan se pongan manos a la obra, ¿quién gobierna el país entonces?
Sin embargo, no podemos obviar que se trataba de una reforma necesaria, porque la compra de eurobonos por parte del BCE es una cuestión fundamental, se mire por donde se mire, para que España pueda seguir funcionando como país de manera normalizada.
Con los niveles de endeudamiento que tiene el Gobierno español en estos momentos, y con los especuladores pendientes de cualquier movimiento para volver a atacar a nuestra economía, la actuación del BCE parece ser la única solución plausible para conseguir evitar el rescate al estilo de Grecia, Irlanda o Portugal.
Ahora habrá que ver el estado en el que quedan los políticos españoles, con una imagen ya muy deteriorada de por sí, pero que ahora, con este ponerse firmes ante las exigencias externas quedan en fuera de juego y sin la posibilidad de engañar a los ciudadanos con sus cuentos y sus promesas electorales, ya que ha quedado meridianamente claro que los que verdaderamente gobiernan los Estados hoy en día son los mercados, y no los partidos políticos.