La teoría que afirma que que los conflictos bélicos son saludables para el conjunto de la economía lleva implantada con mucho arraigo desde prácticamente el inicio del estudio de la ciencia económica. Hoy en día aún existen economistas reputados que defienden el hecho de que las guerras aportan beneficios económicos notables, recientemente podíamos leer en la prensa estadounidense afirmaciones en este sentido de algunos economistas de peso. Sin embargo, lo cierto es que cada vez parece más claro que esto no es así en absoluto e incluso pueden ser exactamente todo lo contrario.
Sostienen, teóricos como Tyler Cowen, Paul Krugman o Martin Feldstein, con más o menos matices, que las grandes guerras son potencialmente buenas para la economía, y fundamentalmente, aportan la carta del crecimiento del consumo como uno de los elementos clave en este asunto. Es decir, teóricamente, parece ser que participar en un gran conflicto bélico multiplicará el nivel del consumo interno (se entiende en los países victoriosos), aumentará el PIB y promoverá las inversiones.
Esto podría tener un referendo aceptable si efectivamente la teoría fuera acompañada con los datos, sin embargo no es así, observamos el siguiente gráfico en relación a la economía de EEUU tras dos de los principales conflictos bélicos del pasado siglo, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra de Corea.
En este gráfico con los datos del Instituto para la Economía y la Paz (EEUU) podemos comprobar como ninguna de las tres premisas se cumple. Es cierto que en ambos casos existe, coincidente con el periodo de conflicto, un salto adelante en el producto interior bruto, pero, si nos fijamos, tras el cese de los conflictos, en ambos casos el PIB acaba ajustándose de nuevo a los datos pre guerra, e incluso en el caso del conflicto de Corea, toca puntos por debajo esos datos anteriores a la guerra.
Mucho más explícita resultará la lectura de los datos de consumo e inversiones,En uno de los casos éstas aumentaron durante los conflictos bélicos, pero, más aún, tampoco lo hicieron en los periodos posteriores al fin de los conflictos, es decir ni , durante, ni después, existe un movimiento favorecedor del consumo o de la inversión, al contrario, en todo caso podríamos hablar en curso de perjuicio.
La justificación de los beneficios a partir de los aumentos del gasto militar no deja de ser un modelo antiguo de interpretación interesada, las sociedades pueden perfectamente emplear ese sobrecoste de dinero en cuestiones mucho más orientadas a la productividad económica del conjunto y de manera sostenible y no puntual; cuestiones tan básicas como la mejora de la educación, la mejora de los sistemas de transporte de comunicaciones, etc.
En el caso de Estados Unidos la liberación de recursos empleados en lo económico durante la llamada Guerra Fría supuso una inyección al conjunto de la economía que mejoró notablemente la productividad, aunque, no llegó a darse en la escala en la que podría haber sido determinante.
La cuestión de la Segunda Guerra Mundial
Buena parte del pensamiento económico que afirman que las guerras son beneficiosas para las economías internacionales se sostiene en el análisis de lo ocurrido tras la Segunda Guerra Mundial.
Si tomamos en bruto, sin mayor análisis, los datos de crecimiento medio a partir del año 1950, ya que los datos anteriores son francamente negativos, podemos ver como efectivamente los países OCDE hasta el batacazo de 1973 vienen a crecer aproximadamente en el entorno del 3.5% anual, mientras que, casos excepcionales como el de Japón presentaban crecimientos verdaderamente anormales, superiores al 8% anual.
Este supuesto resurgir de la economía internacional, cuyo paradigma sin duda es representado por Japón y Alemania, tiene que ser analizado realmente en su contexto, ya que, de esta manera se visualiza mucho mejor la realidad del asunto y, las conclusiones obviamente no son las mismas.
En primer lugar se trata de un análisis manido, ya que, viene de considerar como punto de partida para el incremento de los productos interiores brutos los puntos más bajos de posguerra, debemos tener en cuenta que, el mayor incremento en el producto interior bruto durante la Segunda Guerra Mundial lo presenta Estados Unidos, que aumenta prácticamente un 80% en algún momento aunque posteriormente caerá a niveles preguerra, sin embargo, países como Japón o Alemania acaban el conflicto bélico con pérdidas superiores al 30% (en el caso de Japón más) sobre su PIB preguerra, por no hablar de la pérdida de consumo y la pérdida de inversión.
Es decir, la recuperación, la tasa de crecimiento, no parte de donde debiera, del estudio de los datos pre guerra, sino del resultado de la guerra.
Cuando éstos datos como hemos visto en el gráfico se aplican a Estados Unidos la cuestión es muy diferente, de hecho, no sólo no aumenta el consumo y la inversión durante la guerra sino que lo hace muy lentamente posteriormente, y, las tasas de crecimiento del producto interior bruto a partir de 1950 apenas superan el 2% anual, una cifra evidentemente no como para considerar un éxito de la política bélica.
Todo esto, en un ejercicio de política ficción, hace pensar en un escenario sin Segunda Guerra Mundial en el cual los crecimientos de los diversos países participantes, al menos de los que presentaron un papel preponderante probablemente hubieran sido a medio plazo mayores.
En conclusión
Durante la primera década del presente siglo la guerra de Irak y Afganistán contribuyeron a sumar millones al déficit estadounidense, de hecho esta década suponen la duplicación del aumento de los costes de defensa durante más tiempo sostenido desde la Segunda Guerra Mundial, si analizamos a la vez, la creación de puestos de trabajo vemos que el país durante esa década progresaba por debajo incluso de los peores momentos del pasado siglo, evidentemente no hay una relación directa entre sostener una guerra y obtener un beneficio global en forma de aumento de la productividad, no al menos para el conjunto del país.